Clases de vuelo con Lady Bird

Ese paso de bachillerato a la vida universitaria a muchos nos cae pesado. Parece un movimiento hacia la madurez que no podemos evitar y que, aunque lo veíamos venir, sorprende como un golpe propiciado en peleas colegiales, y nos duele lo suficiente para correr llorando hacia nuestras madres.

Y son ellas las que nos intentan hacer entender lo cruel que es el mundo. Que la vida es un trabajo tras otro, un sacrificio tras otro, y que madurar forma parte de todo eso que solíamos evitar de adolescentes.

¿Quién no estuvo lleno de dudas en sus últimos años de bachillerato?

 

Recuerdo muy bien cómo algunos se pavoneaban por estar seguros que la medicina era su camino hacia el éxito, otros ya se imaginaban con el título de ingeniería en la mano. Los caminos eran muchos, las opciones no tantas en una ciudad industrial como Guayana donde ser ingeniero parece ser la única manera de llegar al crecimiento financiero.

Me carcomía el estrés por querer algo diferente. Por soñar en alto. Pero también el miedo de no poder solucionar con rapidez esas dudas.

Y puedo fácilmente resumir mis ansiedades en una corta conversación de un fantástico filme llamado Lady Bird:

La protagonista y su madre discuten en la escena que sirve de introducción a la historia. La joven sueña con tocar la puerta de alguna universidad prestigiosa en la gran ciudad de Nueva York, mientras que la madre intenta ser más realista (toma en cuenta las calificaciones de su hija y lo costoso de tan conflictiva urbe) y choca con la manera en que la adolescente ve las cosas.

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Una lucha personal y familiar, y la necesidad de independencia, motivan a la protagonista, y esta debe entender que, primero que nada, debe madurar. Imagen A24 FILMS.

La audiencia se topa con polos en conflicto. El soñador y el conformista. La juventud rebelde y la vejez insegura. Volar o quedarse en el nido.

Es en esta conversación inicial en la que vemos aspectos importantes de ambos personajes: La hija rechaza su nombre (Christine) y se auto bautiza como Lady Bird (similar a “pajarita” en castellano); es una chica rebelde, creativa y con sueños grandes y un poco desequilibrados a su realidad (pero esto no los vuelve menos importantes para ella). La madre, por otro lado, es cuadrada, realista pero desde un punto de vista pesimista (pero esto no le resta razón en muchas formas) y, al contrario de su hija, tiene miedo al cambio y a las despedidas.

“La relación más importante de la película es la de Lady Bird con su madre, Marion (Laurie Metcalf), quien le recuerda, cada vez que puede, lo difícil de crecer y lo importante de madurar, pero que al mismo tiempo ignora la importancia de dejar que los sueños de su hija crezcan con ella.”

Dos mundos que chocan y se enfrentan durante todo el filme, este es el atractivo más grande de la historia escrita y dirigida por Greta Gerwig (actriz y guionista en Frances, Ha), que en 2017 tanto llamó la atención de la audiencia y de los críticos de cine, y en 2018 es nominada al Oscar en la categoría de mejor película.

Pequeño gran trabajo

El 2017 fue un año hermoso para el cine independiente. Con filmes como Huye, Llámame por tu nombre y El proyecto Florida, que estuvieron en la boca de los críticos, las puertas a numerosas y sencillas historias se abrieron una vez más (como el año pasado, en el que Luz de luna, otro proyecto indie, ganó el Oscar a mejor película).

Lady Bird no fue la excepción entre las destacadas del 2017. Gerwig fue capaz de escribir y dirigir una historia común pero con un brillo peculiar.

La dirección y los planos están muy bien ejecutados durante el relato que tiene lugar en Sacramento, California, con un guion que aunque cae en clichés de películas sobre adolescentes estadounidenses, se siente original por el ritmo y el color de los personajes.

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La directora  ha reiterado que el filme más que ser un drama adolescente, es una historia de amor entre una madre y su hija. Imagen A24 FILMS.

Gerwig supo manejar a sus personajes repletos de inseguridades y anhelos dentro del lenguaje audiovisual, que si bien parece bastante común comparado al de otros directores nominados al Oscar (en este año Greta junto a Christopher Nolan, Jordan Peelee, Guillermo del Toro, Paul Thomas Anderson), refleja un uso bastante inteligente y cautivador de los elementos a su disposición.

Las actuaciones en el filme son carismáticas, calurosas y, sobre todo, reales, lo que le da un tinte familiar, cercano, y fácil de digerir a una historia que habla del hogar, de crecer y de nunca olvidar tus raíces. Porque cuando volamos y partimos de nuestro nido, de alguna forma siempre estamos destinados a regresar.

Sobre crecer limitado

Los que hayan tenido la dicha de crecer en una comunidad pequeña y limitada en educación y cultura, pueden rápidamente relacionarse afectivamente con  nuestra protagonista.

Durante todo el filme, Lady Bird, una chica que, como puede, intenta resaltar en una ciudad pequeña de la que nunca se sintió parte, batalla con sus deseos de: por un lado ser diferente y orgullosa, y por otro encajar entre sus compañeros de una clase social superior a la de ella. Una contradicción tras otras de sus emociones alborotadas.

Estas emociones bien las describe un sacerdote en los primeros minutos:

“Tenemos miedo de que nunca escaparemos de nuestro pasado y tememos lo que el futuro nos traerá. Tenemos miedo de no entrar en la universidad de nuestra elección. Tenemos miedo de no ser amados, de no ser agradados, miedo a no tener éxito”.

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Aunque los clichés se asoman, no le quitan fuerza a una historia que brilla con un guion y personajes bastante carismáticos. Imagen A24 FILMS.

Sus formas de llamar la atención la alejan de sus compañeros en un liceo católico privado en Sacramento, por lo que solo cuenta con una amiga, Julie, quien le sirve de compañía y consuelo en esta tragicomedia ambientada en 2003.

Ahora, seguro se preguntarán por qué no hablar de la adolescencia millenial en una época más cercana a la actual. 2003 parece un  susurro perdido en el tiempo, lejano, porque mucho ha cambiado en 15 años (o no). Gerwig, la directora y guionista, asegura que cuando tuvo en mente la historia vio como un obstáculo contar la vida de esta adolescente, lista para emprender vuelo, durante una década en la que los dramas juveniles ocurren a través de la pantalla de un móvil.

“Ella logra entender el valor de amar al hogar. Un hogar al que siempre puede volver mientras cumple sus sueños en otro lado. Un hogar que la vio crecer, luchar, llorar, que la regañó, y que la llenó de lecciones, un trampolín para alcanzar a esa mujer que tanto desea ser.”

En el trayecto las oportunidades para Lady Bird, como los teléfonos celulares, son bastante reducidas. ¿Dónde está el arte que tanto quiere respirar y vivir? Ella se limita a ver, como tanto le han enseñado las películas y la TV, hacia la Gran Manzana. Pero sus deseos temporalmente son reducidos al teatro de su escuela donde, sorpresa, encuentra el amor y, junto con él, a su primer gran batacazo romántico.

El filme también muestra lo difícil que es desarrollarse entre limitaciones económicas.

Gracias a este factor los  tropezones van uno tras de otro, en cadena. Navidades humildes con calcetines bajo el árbol, trabajos con salarios que sirven apenas para pequeñas (aunque bonitas) comodidades. Pero, bien testaruda que es en sus metas, la protagonista entiende que sus barreras no son imposibles de saltar.

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Lady Bird, con su humor y nostalgia, fue aplaudida por la crítica durante el 2017. Tiene el 99% de críticas positivas en sitio oficial del Rotten Tomatoes. Imagen A24 FILMS

Es aquí donde Lady Bird resalta como personaje y protagonista. Aunque la película pareciera trama de librito americano de cine adolescente, el carisma, la voluntad, la picardía y, por supuesto, la actuación de Saoirse Ronan (nominada este año al Oscar como mejor actriz), dan vida a una historia repleta de lecciones que seguro se ha contado muchas veces, pero no de una forma tan singular y cercana al hogar.

El orgullo del nombre

Quizás la lección más importante que Lady Bird aprende durante el desarrollo del filme es que siempre hay que recordar de dónde venimos para estar seguros hacia dónde vamos. Madurar es también aceptar tu pasado y quién eres.

Christine, Lady Bird. Lady Bird, Christine. El problema de identidad es bastante obvio en la protagonista pero logra entender que el nombre que sus padres le otorgaron no solo forma parte de ella misma, sino que simboliza cada una de sus raíces. Un nombre que honra, así ella no se dé cuenta, a su propia familia y su crecimiento personal durante el filme.

Ella logra entender el valor de amar al hogar. Un hogar al que siempre puede volver mientras cumple sus sueños en otro lado. Un hogar que la vio crecer, luchar, llorar, que la regañó, y que la llenó de lecciones, un trampolín para alcanzar a esa mujer que tanto desea ser.

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Greta Gerwig este año se convierte en la única mujer nominada al Oscar como mejor director. Compite con figuras grandes en el mundo del cine como Guillermo del Toro y Christopher Nolan. Imagen A24 FILMS.

La relación más importante de la película es la de Lady Bird con su madre, Marion (Laurie Metcalf), quien le recuerda, cada vez que puede, lo difícil de crecer y lo importante de madurar, pero que al mismo tiempo ignora la importancia de dejar que los sueños de su hija crezcan con ella.

Es la dinámica entre ambas lo que impulsa la magia del filme: una historia de amor entre madre e hija de la que muchos pueden aprender, y con la que millones seguramente nos identificamos.

Lady Bird (o,mejor dicho, Christine Mcpherson) es una pajarita que para aprender a volar comprendió, con la nostalgia hecha un nudo en su garganta, durante el canto angelical de la melancolía, que el futuro es más incierto y difícil de lo que pensaba; pero siempre tendrá un nido dónde aterrizar mientras intenta asimilar que, ahora sí, le toca madurar.

8/10

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